martes, 13 de mayo de 2008

EL OJO BIZCO / Taller de narrativa

No podría concebir mi carrera de escritor sin mis talleres literarios. Me formé en ellos desde mi colegio, en la Academia de Letras del Instituto Nacional, donde alguna vez fueron presidentes Ricardo Lagos, Antonio Skármeta y Osvaldo Puccio, entre otros, hasta manos más expertas: Guillermo Blanco, Luis Domínguez, Martín Cerda, Miguel Arteche y, sobre todo, el ejemplar respaldo de la figura señera de José Donoso, que reunió a muchos de esos que nos abanderamos con el título de la Nueva Narrativa Chilena, tan polémica, discutida y hasta un poco olvidada en un medio editorial que se ha retacado ante la desaparición del lector de literatura nuestra de experimentación, de vanguardia o simplemente nueva. La mayor parte de los lectores actuales son bocetos de nuevos escritores y esto convierte la posibilidad de dirigir talleres literarios en una experiencia fascinante. He dirigido talleres de dramaturgia en varios países de Hispanoamérica, pero en Chile, además, de narrativa, encontrándome con talentos interesantes, con vocaciones sinceras, con el placer de leer y de escribir, con amigos de sentimientos profundos, con lealtades a la belleza y el conocimiento que no esperaba cuando abrí el primer taller hace ya diez años. Muchas veces he conversado con otros talleristas de vasta experiencia. Jaime Collyer, Pía Barros, Alejandra Basualto, Gonzalo Contreras, la notable Alejandra Costamagna, son tantos. Hay algunos a quienes el oficio de maestro sencillamente no interesa. Otros, otras, lo llevan en la sangre. En el sueño de todo taller está la publicación, ganar un premio, aparecer en la letra impresa, entrar en la biblioteca, abandonar el anonimato cálidao del tallerismo. Una labor notable es la realizada por el taller de Andrea Jeftanovic. Han publicado un bellísimo volumen sobre el trabajo de tres años bajo el sugerente título de "Cuartos contiguos". Reúne textos teóricos, textos creativos y críticos, el intercambio de opiniones y creaciones de tres años seguidos de trabajo donde Andrea selecciona con cuidado a sus integrantes y organiza, siempre con esa cabeza tan bien amueblada que tiene, las lecturas y el trabajo de desarrollo que un joven escritor necesita. Alguna vez le escuché a Antonio Skármeta (estábamos en pleno auge de esa cosa rara que llamaron la Nueva Narrativa) que en Chile un autor publicaba un libro y ponía un taller literario. Creo que el tiempo ha ido modificando esa situación. Los directores de taller son personas cada vez con más obra y más experiencia. Métodos muy distintos que van alejándose de las críticas canibalísticas hacia la verdadera enseñanza sin suponer una sola forma de escribir, estimulando la diversidad, fortaleciendo los potenciales y dejando que las capacidades expresivas florezcan. Hay una gratificación enorme al contemplar el desarrollo de ex alumnos. Me siento como los preparadores de caballos que van acumulando galardones. También como un padre, la metáfora es obvia. No daré tampoco nombres de ex discípulos que han llegado mucho más lejos que el arriba firmante. La tarea más frecuente es abrir la imaginación y perder el miedo. Dejar de meramente redactar y que crezca la magia. Estoy convencido que viene otra nueva narrativa. Tal vez, como me lo dijo un muy talentoso joven escritor, "el problema es que mis lectores están viendo televisión". Richard Ford, ese portentoso autor yanqui, declaró hace poco que antes de los 18 años no leyó ni una línea. Le interesaba más el deporte que la literatura. De pronto hubo un clic en su cabeza. Ignoro si entró en un taller de escritura creativa. Es muy probable. Es un estilo muy norteamericano de formación. Lo cierto es que creció hasta convertirse en un nombre fundamental del realismo sucio. Los talleres siguen creciendo. Cada año, cada semana, hay sorpresas. La imaginación desatada es un milagro. La belleza, siempre excepcional, corta el aliento. La envidia del maestro ante el talento brillante del discípulo hay que sujetarla. Dejarlos volar. Que este país tiene mucho que contar. Historias pendientes, menores muchas de ellas, diferentes, épicas y triviales, antiguas y nuevas. Ojalá estos talleres sean una señal prometedora del futuro. Semilla de escritores y, también, de lectores luminosos y lúcidos. LND

Marco Antonio De la Parra,
Director de la carrera de Literatura de la Universidad Finis Terrae