lunes, 23 de junio de 2008

EL CENTRO ERA GRIS - Denise Astoreca

Según tía Valeria, el Hotel Plaza de Armas había nacido cisne para convertirse en patito feo. Dicen que cuando se inauguró en los años cuarenta tenía un elegante bar hacia la calle y un comedor donde se reunían a almorzar personas distinguidas, hasta que el Banco de Chile, dueño del edificio, arrendó el espacio del primer piso a la Zapatería Rex y a una tienda de caramelos. La remodelación dejó a la recepción sin luz natural. A pesar de que pusieron varias lámparas, allí siempre era de noche.
Las Blanchard vendieron una casa antigua de la calle República, que he visto en una foto amarillenta, y se hicieron cargo de la administración del Plaza de Armas. Llegamos a vivir ahí el verano del año 58, cuando el hotel ya era patito feo y yo tenía tres años. No quedaba frente a la Plaza de Armas, sino a cuadra y media por la calle Estado. Un edificio de siete pisos, fino, de buenos materiales, que se puede apreciar si uno camina mirando hacia el cielo. Según mi tía, el defecto más grave del hotel era el hecho de ser invisible. Los pasajeros de otras ciudades, que llegaban por primera vez, con su maleta y la dirección en la mano, recorrían la calle sin encontrar la entrada, oculta al fondo de una galería mal iluminada.
Recuerdo la mudanza, o más bien los bultos que permanecieron durante mucho tiempo en el pasillo frente a las habitaciones que ocupamos en el último piso del hotel. Cajas de cartón amarradas con pitilla y un gran saco de lona; ‘el saco perino’ que parecía un gorro de duende gigante.

Me gusta meterme a presión entre las cajas y quedarme escondida como en una cueva. De pronto me llaman, Irenita, Irenita, ¿Dónde estás? Eso me da mucha risa. Una tarde me quedo dormida en mi cueva y al despertar todo está oscuro y no puedo salir del agujero. Durante meses tengo pesadillas.
Cuando Carmen Tello sale a cantar a la radio me demoro en dormir porque tengo miedo. Las tías duermen en el otro extremo del piso y en la oscuridad el edificio produce ruidos amenazantes. Cerca de mi dormitorio se esconde el motor de los ascensores y cada vez que parte, yo escucho golpes y mugidos como de un animal. Ya me explicaron varias veces pero me cuesta pensar que es sólo un motor.
Una noche sueño con cientos de bolitas de colores que ruedan por el piso. Despierto cuando un rumor profundo recorre el edificio y lo comienza a mecer. Es algo desconocido y horrible, que entra a la habitación y lo sacude todo, hasta la misma cama, conmigo adentro. Mis alaridos de terror traen a las tías corriendo y seguro que despiertan a los pasajeros. Por fin me quedo callada cuando miro a tía Valeria. Tiene unos pechos grandes y saltones que no caben en su camisa de nylon.
Tía Inés está indignada con Carmen.
-Hasta cuándo vamos a tener una niñera que se manda cambiar a la radio todas las noches y deja a la niña sola. Imagínate que nosotras hubiésemos salido. Omar habría tardado horas en subir desde la recepción.
-Ay Inés, ojalá saliéramos alguna vez.
Al susto del temblor se agrega una nueva angustia. – No, tía, no quiero que se vaya la Carmencita, - y comienzo a llorar nuevamente.
-Bueno, mi linda, ya veremos, y ahora duérmase que yo la voy a acompañar un ratito. Y tú Valeria, anda a acostarte antes de que te resfríes por andar desnuda.
Tía Valeria sale al pasillo pero al instante vuelve riendo.
-Figúrate, me encontré de frente con Omar que casi se desplomó de la impresión. Y yo también pegué un salto; anda como una sombra por el pasillo.
-Y qué quieres. Si es nochero, tiene que vigilar.

Además de nuestras habitaciones, en el séptimo piso estaba la cocina del hotel, el repostero, varias bodegas y una gran terraza con vista a la cordillera. En este espacio descubierto las tías intentaron ambientar un living de verano. Recuerdo algunos maceteros con plantas moribundas y la armazón oxidada de un sillón hamaca. Jamás lograron hacer de la terraza un lugar de estar. Sucede que normalmente las casas se ensucian con tierra. En el centro de Santiago, no. Ahí todo se ensucia con hollín, un polvillo negro y pegajoso que sale de las chimeneas de los edificios y se acumula diariamente en cada rincón. El hollín llegaba desde el cielo, lo cubría todo y exterminó las plantas una por una. Con justicia, es cierto, ya que gran parte de ese hollín provenía del humo espeso que arrojaban las calderas del propio hotel. Yo era la única que ocupaba este lugar abierto para jugar con la Piccina, una gata negra que, según decían, era fundamental en la lucha contra los ratones. La gata, flaca y medio salvaje, pronto se aburría conmigo, de un salto se pasaba al edificio del lado y recorría calmadamente las cornisas, a siete pisos del pavimento.
Mi pieza quedaba a un lado de la terraza. Una habitación amplia, color verde claro con dos camas de pino, separadas por un velador. Sobre el velador, Carmen colocó la radio, para escuchar programas de música folclórica. También teníamos una foto de ella vestida de huasa con una guitarra. Carmen era bonita, joven y divertida. Aunque me dejaba sola dos o tres noches a la semana y eso no me gustaba, jugaba conmigo y me contaba cuentos. Salíamos a pasear a la Plaza de Armas y al cerro Santa Lucía, era mi amiga y yo la adoraba. Nunca permití que la echaran.
Ella soñaba con hacerse famosa como cantante. Iba de audición en audición, y las veces en que le salía algún contrato, reclamaba que pagaban una miseria. -Como cantante no vale nada, - decía tía Inés, -pero tiene la beauté du diable. Algunas veces la acompañé a la radio Minería y me parecía que cantaba como las mejores pero ahora creo que jamás hubiera surgido si no es por la ayuda de Minsky.
Nada me gustaba más que oírle sus historias, en las que ella era siempre la heroína.
-Cuéntame de cuando te hiciste cantante, -le imploraba.

-Mi primer trabajo como cantante lo conseguí sin abrir la boca. Fíjate, Irenita, que de mi familia soy la única de piel clara y pelo medio rubio. Me decían ‘rucia’ y mi mamá cuidaba mi pelo como hueso santo. Con los años se me oscureció pero siempre me dicen rucia. Pues con el primer sueldo de la panadería donde comencé a trabajar, me convertí en rubia de verdad, o más bien de mentira. Recién teñida me miraba en el espejo de la peluquería y me encontraba extraña, con el pelo amarillo y las cejas oscuras. Entonces aguanté el dolor de la depilación. Con una pinza me sacaron una por una casi todas las cejas mientras me chorreaban las lágrimas, pero quedé como yo quería y en la calle noté que me miraban con otros ojos. Esa tarde en la audición le gusté altiro al guatón Garrido. Me preguntó qué sabía cantar, dónde había estudiado, pero se pasaba mirándome las piernas y al final me dijo que volviera al día siguiente a ensayar. Y así quedé para cantar los sábados con dos guitarristas de Chillán. Garrido me aconsejó ponerme un nombre de fantasía y me puse Rina del Campo. Después me di cuenta de lo que quería el guatón cochino, pero esa es otra historia. Gané experiencia en el escenario y aprendí canciones nuevas pero lo que es plata, no pagaban ni para la micro y el guatón me corrió después que le pegué un codazo en el ojo. Fíjate Irenita, cómo sería el golpe que casi lo dejé tuerto.
Después de almuerzo vamos a la Plaza Santa Lucía. Carmen sale muy arreglada, con ropa de colores y no parece niñera. Yo quiero ir en trolley pero es muy cerca, de modo que caminamos. Sentado en un banco de la plaza nos espera Sergio. Es simpático con una sonrisa bonita bajo el bigote negro, pero nunca les cuento a las tías porque es un secreto entre los tres.
-Anda a recoger hartos coquitos, - me dice Carmen.
Cuando el sol se oculta detrás de la Biblioteca nos despedimos de Sergio.


Algunos pasajeros no se iban nunca del hotel. Se quedaban a vivir, porque eran solos o porque no querían o no podían llevar una casa. El señor Minsky era uno de ellos, y las tías lo apreciaban mucho porque decían que era un caballero y principalmente porque tenía mucho dinero. Siempre que lo nombraban aparecía la palabra ‘judío’ y yo pensaba que era de otro país, pero era de Temuco y usaba sombrero y guantes para salir.
Otro de los huéspedes permanentes era Demetrio Vidal. La diferencia entre Vidal y los demás pasajeros quedó establecida desde que llegó. Les decía Inés y Valeria a las tías y las trataba de tú. Las conocía de antes, parecía conocer a todo el mundo, y muchas veces se sentaba en nuestra mesa en el comedor hablando sin parar de gente y lugares que yo jamás había escuchado. Opinaba de política, de libros y de cualquier tema que se presentara y las tías lo escuchaban encantadas. Yo no podía parar de mirarlo, era muy elegante, su pelo tan liso y aplastado, sus manos con dedos largos, y ese olorcito a agua de colonia. Me decía linda. También opinaba que yo debería ir a un colegio.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Apreciados amigos: este mensaje es para DENISE ASTORECA,:
Querida Denise, me llamo Mª Rosa Granja y desde hace un año estoy realizando mi árbol genealogico que data desde 1515, se que hay un familiar que emigro a Valparaiso sunombre era MATIAS GRANJA NAGEL, cuya hermana FELISA GRANJA NAGEL se caso con JUAN HIGINIO ASTORECA.
Podrias ayudarme a recabar datos de la familia GGRANJA Y ASTORECA.
mi mail es el mrosa51@hotmail.com
Gracias por atenderme, saludos, Mª Rosa

Anónimo dijo...

No ha sido facil he tardado 6 años en encontrar la información no deseada desde luego puesto que me falta aun mucha, pero me siento satisfecha, al final consegui saber quien era MATIAS GRANJA RAFEL, y no Nagel, ahi tenia el error por eso me fue un poco dificil encontrarlo, gracias a muchos amigos de Chile pude completar este puzle. Pero se que vosotros aun teneis informacion o bien parientes lejanos, y me gustaria poder contactar con ellos, hay posibilidad Denisse.
Gracias.