lunes, 23 de junio de 2008

Remate Final - Fernando Ureta

Perdí. Uno más de los miles de perdedores del sistema. Haciendo la cola para renegociar la deuda. Casi veinte años vendiendo a otros todo lo que se les ocurra en cómodas mensualidades y termino tomando la misma medicina. Al rey de las comisiones no le da ni para cubrir sus propias cuotas. Cuento el tiempo en días de pago, no en meses o años y no termina nunca. No siempre mi vida fue a crédito. Antes tenía esperanzas.
Nos juntamos a las nueve a la salida de la tienda. El lugar no era ideal para hablar del tema, así que caminamos a un local cercano. Una pitcher y un aliado cada uno.
- ¿Cómo ha estado compadre?
- Mal poh, amigo.
- Toñito, yo lo estimo, así que se las voy a cantar derechito. Su mujer lo está cambiando por mejores aires, digamos, del piso tercero.
- Lo sabía Manolo -mentira, pero no iba a confesar algo así a nadie.
- No se haga ilusiones. Su relación estaba podrida desde hace tiempo. Debí decirle antes, pero yo no soy de cahüines. A su mujer le quedó chico su mundo, parece. Usted sabe, no es bueno que salgan de la casa, se ponen a trabajar y se les sueltan las trenzas altiro.
Nos fuimos después de terminar la segunda jarra. Tenía ganas de enterrar la cabeza bajo la tierra, no salir en mucho tiempo. No entendía nada. Tarjeta roja sin haber “fauleado” a nadie. Perra de mierda.
Mis pies y mi boca decidieron pasar el mierdazo en el Jaque Mate, conversando animadamente de mi vida con varios litros de cerveza. Recuerdo la primera, llorando como imbécil. El mozo no dijo nada. Todo hombre que aparece como quiltro con el alma atropellada tiene el derecho de poder echarse a masticar su mierda. La segunda me puso un poco mejor. Empecé a pensar que no tenía porque estar cagado por la muy maricona, si ella era la chueca, la maldita del bolero. La tercera fue peleada, me trencé en una férrea disputa con la silla, quería que cayera al suelo, yo quería mantenerme arriba, o al revés. La cuarta fue, creo, un momento de lucidez, de claridad respecto a lo que tenía que hacer con mi vida. El problema es qué no me acuerdo que era. De ahí perdí la cuenta. Cómo y cuándo me sacaron del local no lo sabré nunca, aunque lo que pasó fue grave. El dolor de culo con que desperté en el Forestal todo meado y cagado era la prueba.
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Nunca me había gustado el mall. El lugar con menos alma de toda la ciudad. Una linda mole para comprar el cielo en la tierra. Las lavadoras, aspiradoras y televisores guardaban el secreto de la felicidad, la vida eterna real, con garantía de fábrica.
Mi idea era trabajar un tiempo para juntar plata y seguir estudiando. Había quedado sin crédito en la Universidad, por bajar mis notas. Las protestas eran más importantes que el estudio, la lucha social me dejó fuera de carrera. Era la excusa perfecta para librarse de mí. En vez de dar la pelea o buscar ayuda decidí que era mejor emplearme, juntar la plata solo y seguir después con los estudios. Un conocido de mi tío Pepe consiguió que me contrataran. Tuve que cortarme el pelo, usar un poco de gomina y comprar un par de trajes, en cuotas, que le tuve que pagar a mi tío.
La conocí cuando empecé a trabajar en la tienda. Parece que el hecho de ser universitario le llamó la atención. No me había dado cuenta, pero para mis compañeras de trabajo era un botín suculento. Las veía a todas iguales, uniformaditas, con el discurso y la sonrisa lista para engrupir al comprador de turno. Fichaban al desprevenido en la entrada, le decían lo que quería oír y le terminaban vendiendo un producto distinto y más caro que el que buscaba, total, en cuotas no se nota. Ese es el evangelio de un buen vendedor. Todo el día anotando lo que vendían, calculando el porcentaje. Al principio no pescaba a nadie, quería puro juntar plata y arrancar. Me encontraban quebrado, no pertenecía a la tribu. Volvíamos en la misma micro. Siempre reventado, sin hablar, sólo con ganas de llegar a dormir, diez horas de estar de pie con cara de cumpleaños. Bajaba un poco antes. Un día se quedó dormida. No se si fue adrede o no, pero cuando iba a bajar me dí cuenta de que no había bajado en su paradero. Le hablé.
- Oye, hey -la moví- despierta, se te pasó el paradero.
- Ahh, chuta, voy a tener que volver caminando. Gracias por despertarme – dijo asustada.
Se bajó conmigo. Le pregunté si sabía irse de vuelta. Puso cara de pollo, la ayudé. Caminamos por dentro de la villa, así iba a llegar más rápido a su casa. Trabajaba en lencería, lo que no dejaba de ser interesante. Era flaquita, piernas firmes, formadas andando en tacos todo el día. Su ropa era limpia y ordenada. El abrigo brillante de viejo dejaba claro que la plata no le sobraba. Era simple, me hacia reír. Tanto rato con minas densas hizo que me gustara. Nos empezamos a volver juntos, siempre conversando de la vida. De a poco fui enganchando. En la semana tratábamos de salir a almorzar juntos. Comíamos en los patios del mall, detrás de las plantas. Un amigo de la Universidad me consiguió una cabaña en la playa bien barata, en Guaylandia. Costó que calzaran los días, pero un par de semanas después nos arrancamos a la costa. Era fines de marzo, había terminado la campaña escolar y los jefes andaban felices con las ventas. Logramos que nos dieran un miércoles y un jueves.
Ahora me doy cuenta que lo hizo a propósito. El cuento de las minas vírgenes que terminan embarazadas a la primera no falla. Nos casamos. Siempre he asumido mis responsabilidades y ella lo quería así. En la pega las madres solteras volaban luego, les hacían la vida imposible, no iban con los valores de la organización. Nos fuimos de luna de miel a Maitencillo. La Caja de Compensación tenía un hotel frente a la caleta y a los empleados de la tienda les hacían un precio conveniente. Nos cambiamos a un departamento chico, en Macul. Armamos la casa con algunos regalos y sacamos otras cosas en cuotas. Íbamos juntos a trabajar todos los días hasta que salió con prenatal. Cuando llegó mi cabra me sentí feliz, me entregué. No quería más de la vida que a mis dos mujeres, darles todo. Dejé de pensar en volver a estudiar. Me transformé en un vendedor ejemplar. Los jefes me felicitaban, era el rey de las metas de venta. Incluso gané un viaje a Miami. Sólo un pasaje, se lo regalé a mi mujer. Se buscó una amiga y partió por una semana. En esa época no dude de que se portaba bien y se dedicó a tomar sol. Ahora no me queda tan claro.
Las peleas empezaron cuando volvió. Puso un pie de vuelta y empezó a transmitir. Teníamos que ser más, vivir como en Miami, como la gente bien. Parecía que hubiera vuelto del cielo en la tierra. Se salió del trabajo, comenzó a vender cosméticos desde la casa, para tener más tiempo. Exigía y exigía cosas. A duras penas y en miles de cuotas había comprado un auto, una casita con subsidio y con el resto salía a flote mes a mes, pero a ella siempre le faltaba algo. Con los muebles y electrodomésticos era lo mismo. Apenas terminaba de pagar el sofá ya quería tapizarlo según lo que decía la última revista de decoración que caía en sus manos. Si sacaba un juego de ollas exigía cambiar la cocina, no paraba. Hacía malabares todos los meses para no caer en Dicom. Mis amigos empezaron a correrse. En vez de salir a echar la talla me dedicaba a pedirles plata. Lo peor fue que malcrió a mi guagua. Dejó de ser la niña que se ponía feliz cada vez que su papá volvía del trabajo y se transformó en una máquina de pedir cosas. Cada juguete que salía en la tele, cada tontera que una de sus compañeras llevaba al colegio ella tenía que tenerlo. Estaba ciego, obsesionado con complacer a mi mujer y al monstruo de mi hija. Y la cosa no se detenía, no tenía fin.
Empecé a tener problemas en la tienda. El resto de la gente me dejaba de lado. No apoyaba a nadie y el resto no tenía el menor interés en ayudarme a mí. Las cosas se fueron poniendo cada vez más difíciles, hasta que un día me agarré con un cabro nuevo. Según él, no le anotaba sus ventas cuando estaba en la caja. Terminamos a combo limpio en medio de la tienda. Desde ahí me ficharon: “Caso problemático, en la mira. A la primera fuera”. Bajé las revoluciones para cuidar la pega, pero aumentaron los problemas en la casa. Mi señora no me apoyó, exigió más todavía. En un par de meses ya estaba viviendo nuevamente con mis padres. Ese es mi curriculum. Un breve resumen de a donde fui a parar.
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Era martes. El único día en que no iba a trabajar. Hubiera ido todos los días, pero no podía, con las nuevas leyes laborales no nos dejaron trabajar más de corrido. Estaba abriendo los ojos, soñando, viendo a mi mujer, en el momento en que la pille, la muy patuda, cuando sonó el teléfono.
- Papi, ¿Cuándo vamos a comprarle la casita a Barney?. Ya está haciendo frío. La mamá dice que o le compras una casa ahora o lo va a regalar. Se hace pipí todo el día adentro y ya no aguanta más. El tío Carlos es bien pesado con él.
- No se preocupe mi niña, no le va a faltar la casa a Barney. Vamos a sacar una casita linda para su perrito.
- ¿Por qué el tío Carlos está todo el día en la casa?
- El tío Carlos es un amigo de su mamá. Va a quedarse unos días y después vuelve a su casa. La paso a buscar al colegio, para que vayamos a la plaza.
- No me gusta la plaza, es aburrida. Mejor vamos al mall, hay hartas cosas lindas que ver.
- Mejor que tome aire Claudita. No es bueno que siempre esté metida en el mall.
- Es que quiero ver la última Barbie. A la Yenny le van a comprar una, ¿cuando la tenga yo quiero tenerla también, ya?
A las cuatro fui a buscar a mi hija al colegio. Prefería no toparme con la Marcela desde que me sacó de la casa. Cada vez que aparecía era una pelea por algo que faltaba, que había que comprar o que la niña necesitaba urgente. La huevona se dedicó a torearme para tenerme lejos, y poder tirar tranquila con su “última compra”, pero ni así me dejaba en paz.
Mi hija cada vez estaba más gorda. Supongo que era su forma de reflejar su pena, o la falta de padre. La llevé donde sus abuelos. Al menos ahí estaba seguro de que comía comida decente y tenía gente que se preocupara de ella. Era la imagen de mi fracaso.
- Te llamaron de la pega- Dijo mi madre apenas abrí la puerta.- Espera, deja ir a buscar el mensaje. Aquí está. Dijeron que mañana tienes que ir a hablar con un señor Bordalegi, o algo así, del cuarto piso.
- Gracias.
- ¿Hola mi niña? ¿Cómo te fue en la escuela?
- ¿Hay queque?
- Contéstele bien a su abuela. Si no se queda sin té- Le dije.
- Hola Abuelita- dijo desganada.
- Hola mi amor. Claro que tengo queque. Lo hice hoy especialmente para mi nieta. Vaya a lavarse las manos y siéntese en la mesa para tomar once.
Mi madre no podía ocultar su preocupación desde que volví. Su único orgullo era haber estudiado. Ser profesora de estado era lo que la diferenciaba del resto, lo que la hizo salir del barro, de la pobreza; su dignidad. Nunca se conformó con la idea de que hubiera dejado la Universidad. El volver a casa separado confirmó todas sus dudas respecto a su hijo.
La tarde con mi hija fue exacta a todos los días que pasaba con ella desde que me separé. Una lucha para que no se comiera todo el refrigerador y hacer algo que no fuera ir al mall. A veces lograba llevarla a algún lugar al aire libre, siempre con la promesa de comprarle algo después. Un par de museos, una vez al Parque Forestal y otra a la Plaza de Armas. Sería todo. El resto era una rutina de tomar té donde mis padres, unas horas en el mall comprando algo y de vuelta a su casa. Ese martes fue lo mismo. La casita del perro fue la excusa. Una mugre plástica en veinticuatro cuotas. Dos años de mi vida pagando algo que seguro el poodle pulguiento de mi hija no iba a usar.
Dejé a la Claudita en la entrada del condominio. El auto del patas negras estaba afuera. Le pasé la casita al guardia y le pedí que la llevara diciendo que estaba apurado. Por suerte aún me tenía buena, solidarizaba conmigo. En una de esas no era el único ex marido con el otro de local. Contaba que el huevón era prepotente, se quejaba como si fuera suya la casa. El resto no lo soportaba. Esta vez no hubo intercambio de información, no tenía ganas de oír cahüines sobre mi mujer y su actual macho. Sólo quería dormir, estaba preocupado por la llamada de la pega. Las cosas no andaban tan bien, pero necesitaba el trabajo. Vender era lo único que sabía hacer.
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Bordaberry era suche del Gerente de Personal. Un par de veces lo vi en el casino. La gente no lo quería mucho, decían que era sapo. Pregunté por él. Después de veinticinco minutos me llevaron a una sala de reuniones. Nunca había estado ahí. Chica, una pura mesa y seis sillas. Nada en las paredes. Sólo una ventana a un patio de luz.
Llegó solo. Apenas entró supe de que se trataba. Se dió un par de vueltas, las excusas del caso, que me estimaba, que le habían dicho que tenía que hacerlo, a él le dolía en el alma tener que ser el que me daba la noticia: racionalización, nada personal, le puede tocar a cualquiera y esas cosas. La empresa iba a responder con todo, de eso me podía quedar tranquilo. Preguntó si tenía alguna duda. Me quedé en silencio un rato. Miles de cosas a la vez pasaron por mi mente, hasta que una imagen empezó a formarse en mi cabeza. El jefecito. El que se tira a mi mujer. El muy hijo de puta. Era el culpable. Me paré. Iba saliendo de la oficina cuando me dí vuelta. Lo miré, pensé decirle lo que pensaba de él -Macabeo de mierda, siempre vaí a ser un chupa cornetas– pero no me atreví. Salí con un portazo. Bajé a buscar mis cosas. Todos me miraban con cara de fiambre. Alguno hacía el amague de venir a decirme algo, pero supongo que mi cara de furia los hacia cambiar de idea. Empecé a guardar las pocas cosas que tenía. Un par de útiles de aseo, un chaleco sin mangas y mi calculadora. Iba saliendo de la tienda, bajando por la escalera eléctrica hacia la salida principal cuando lo ví, subiendo las escalas, muy conversador con otro par de encargados medio pollo del piso superior. Se hizo el huevón, un comentario a los otros dos que sonrieron y miró para otro lado. Empecé a bajar las escalas corriendo, empujé a un par de compradores mañaneros y tomé la escala de vuelta, hacia el piso superior. Llegué en dos segundos. Lo busqué. Estaba en decoración, chachareando con los otros dos. Avancé rápido. En un par de zancadas estaba detrás de él. No alcanzó a darse vuelta cuando tiré el primer combo. Si no me agarran los guardias lo habría matado. Lo dejé tirado en el suelo, debajo de un alto de productos y colgadores que le cayeron encima. Me llevaron a la oficina de seguridad, donde dejan a los “mecheros” que logran atajar. Llegó uno de los gerentes.
- ¿Éste es?
- Sí.
- ¿Cómo es posible que haya armado el escándalo que hizo?. ¿Sabe lo que nos puede costar?. El pobre Arriagada esta en la clínica. Después de todos estos años, de todo lo que la empresa ha hecho por usted. Se salvó de que no hubiera sido un cliente. Quiero que salga y no vuelva a pisar esta tienda, ni ninguno de nuestros locales. ¡Me voy a encargar de que no encuentre trabajo en ninguna parte señor!. Y olvídese de su indemnización.
Cerró de un portazo. Los guardias me sacaron cariñosamente por atrás, como delincuente. Me senté en el jardín, frente a la entrada del mall. Estaba como en el aire. Por un lado feliz de haber puesto en su lugar al mierda, pero, por otro, asumiendo que me habían cortado. Estaba en blanco. Empecé a caminar, sin rumbo. Debe haber sido mucho rato, porque cuando me dí cuenta estaba en el Parque Bustamante.
Me senté en uno de los bancos, entre medio de viejos que apenas se arrastraban, nanas paseando cabros chicos y jóvenes en skate. Sentía la mierda dentro, apretando para salir. Me agaché y empezó el río. Años de aguantar, de hacerse el huevón, de no pensar. Todo el día como un autómata para simplemente llegar a fin de mes. Mi vida pasaba frente a mí. Un mes para cumplir cuarenta y lo único que tenía era deudas. La cama en que dormía era de mis padres. La ropa que usaba era de la tienda. La casa y el auto eran de la financiera. En una de esas mi hija también era un préstamo que se había conseguido por ahí mi mujer. Con los seguros de los créditos valía más muerto que vivo. Si me tiraba al Mapocho mi mujer sería automáticamente dueña de su casa, su auto y sus cosas. Antes no quería ver, admitir la verdad, el sistema me compró y no hice nada para oponerme, simplemente me dejé llevar.
No había comido nada en todo el día. En Portugal con Marcoleta me metí en uno de los viejos barsuchos que frecuentábamos en la Universidad con mis compañeros. Recordar esos tiempos fue peor. Pedí un aliado y una cerveza. No podía sacarme de la cabeza las cosas que habían pasado hoy, la magistral culminación de una cadena de malas decisiones. Debo haber estado chupando un buen rato. Nuevamente me borré. Últimamente terminaba cocido varias veces a la semana. Era lo único que quedaba de mi época universitaria.
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Desperté en mi cama, con un hachazo gigante. Mi madre prendió la luz temprano, antes de las siete.
- Mijito, ¿se siente bien?. ¿Quiere que llame a su trabajo avisando que está enfermo?
La miré. A pesar de la resaca veía clarito su cara de preocupación.
- No mamá, no haga nada. Me cortaron, no tiene que avisar hoy ni nunca más.
No dijo nada. Respiró hondo, se paró y salió de la pieza. Seguí durmiendo. No sé qué horas eran cuando me levanté, pero hacía calor. Mi cuerpo fermentaba cerveza. En la cocina había una nota de mi madre. Había ido con el papá al doctor. En la tarde íbamos a conversar, podía comer unos porotos de almuerzo que estaban en la olla. Calenté el plato. La inercia del trabajo no se me pasaba aún.
Comí sin ganas, sólo para que mi estómago digiriera algo más que alcohol. Di un par de vueltas y salí. Nuevamente a aplanar veredas. Era mi forma de quedar en blanco, de olvidar, de omitir lo que estaba pasando. Al principio fue sin rumbo, después mis pies se empezaron a dirigir a mi casa. El conserje me saludo efusivamente. Seguro que ahora era su Martín Vargas. Toqué la puerta.
- ¿Qué haces aquí?
- Necesito hablar.
- No tenemos nada de que hablar. ¿No te basta con lo que le hiciste a Carlos ayer?. Lo dejaron en la clínica en observación. Casi pierde el ojo.
- Qué bueno, así no anda mirando la fruta ajena.
- ¡Imbécil!. Ándate. No quiero que armes una escena aquí. Éste es un lugar decente.
- Claro, por eso yo pago las cuentas y otro gil se come el huevito. Eres muchas cosas, pero decente no mi amor.
- ¡Andate de aquí! Huevón de mierda. ¡No quiero verte más!
Era raro. Sentía que a pesar de todo aún había algo. Un par de chanchazos pueden ser una buena solución a los problemas de pareja. Tal vez ahora era medio sadomasoquista, le gustaba la sangre, el cuero y los látigos. Le di vueltas un rato a la idea. Mi celular empezó a sonar. El Compadre. Quería verme, estaba preocupado. Dijo que la gente de la tienda también. No creí mucho lo último, pero un par de chelas gratis no me iban a venir mal. Quedamos en juntarnos al día siguiente, en el mismo lugar de la otra vez.
Mi madre ya había acostado al viejo cuando volví. Desde que lo jubilaron por asbestosis era un inválido. Se moría de a poco, cada día menos humano, más planta. Los hombres de la familia éramos todos inútiles. Estaba esperándome en la cocina. Sirvió café para los dos.
- ¿Que pasó?
- Necesidades de la empresa.
- ¿Seguro que nada más?
- Sí. Le puede pasar a cualquiera. ¿Cuánta gente ha pasado por lo mismo?. Ninguna empresa te tiene eternamente. Los trabajadores con veinte o treinta años de servicio no existen, son historia mamá.
- Mmm. Hay algo más que no me estás contando. Te van a pagar todo, supongo.
- Claro, lo legal, lo que corresponde. Tengo que ir el viernes a firmar el finiquito.
- ¿Y qué vas a hacer?
- Aún no lo sé. Supongo que buscar pega en otra parte.
- ¿Por qué no usas esa plata y vuelves a la universidad?.
- No vieja. Tendría que empezar de nuevo. Hace mucho tiempo que mi cabeza calcula puras comisiones, sólo sirve para eso.
- Tengo una platita ahorrada. Te podría ayudar un poco. Tal vez es la oportunidad de tu vida.
- Gracias. Voy a pensarlo.
La oferta me sorprendió. Había renunciado a esa posibilidad hace tiempo. Volver a empezar casi a los cuarenta. Cuando saliera con suerte iba a tener cuarenta y cinco. Recién titulado y automáticamente fuera del mercado laboral. Tenía otro objetivo en mente. No podía sacarme de la cabeza la imagen del jefecito. Todo mi odio, mis frustraciones y mis sentimientos estaban cruzados por esa imagen. Quería matarlo. Librarme de él. Si lo eliminaba todo iba a volver a la normalidad. Era un producto, un simple saldo de bodega, que había que liquidar, un cacho que no se vendía nunca, como dirían mis ex – colegas. Volví a mi pieza. Estaba cansado. No me daba el cuero para salir a seguir chupando. Mi cuerpo pedía descansar y recuperar energías.
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Nos juntamos a la hora del cierre. El compadre se arrancó un poco antes. Había pedido a otro que hiciera el arqueo de su caja. Conversamos de muchas cosas. Me ofreció ayuda, poner un negocio, independizarme. Le dí las gracias, lo iba a pensar. Aproveché una ida al baño para cambiar el tema. Le pregunté por él, quería saber cómo estaba, si había vuelto a trabajar. Hoy lo había visto. Aún no se le iba completamente el ojo en tinta. Lo habían ascendido, ahora era Coordinador de Piso, de la plana mayor. La noticia fue como que me metieran un ají en el culo. El damnificado del cuento era yo y al perla lo premian. Cambiamos de tema. Conversamos de otras tonteras un rato más y nos fuimos. Coordinador de piso. Había subido de pelo. Horario fijo, buen sueldo y un porcentaje de todo lo que se vendiera en la tienda. Mi señora debía estar contenta. Seguro que se mudaba al barrio alto. Feliz de vieja cuica, casa en el cerro, plata para comprar de todo, nana y con un poco de suerte casa en la playa en unos años más. Mi hija iba a empezar a encontrarme rasca, a odiarme porque no iba a poder comprarle las cosas que sus compañeras llevaran a su nuevo colegio. Era el minuto. No podía dejar que éste chuchasumadre ganara. O hacía algo ahora o iba a perder definitivamente.
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Nuevamente fui a echar la talla con el cuidador del condominio. Era una buena fuente de información y seguramente soñaba con ver el segundo round en vivo y en directo. No costó mucho para que soltara lo que necesitaba. El culiado llegaba tarde los jueves. Parece que iba a clases o algo así. Decidí pasar a hablar con mi mujer.
- ¿De nuevo aquí? Qué quieres, ¿que me queje en el juzgado?
- No sería mala idea. De pasadita le explicas a la jueza como hiciste para sacar a tu marido y meter a tu amante a la casa. Seguro que va a estar muy interesada. No vine a pelear. He pensado mucho y quiero resolver este asunto. Cortarlo de una vez y empezar de nuevo. Tengo una entrevista en Viña. Si me resulta puedo dejarte tranquila. Necesito el auto. Te lo traigo el viernes, sin falta. –La pensó un segundo.
- Bueno. Pero lo hago sólo por la niña. No es bueno que vea que su padre es un bueno para nada.
- Gracias. No te vas a arrepentir, vas a ver. Lo paso a buscar mañana temprano.
- Llévatelo ahora. No lo necesito. Espera, voy a buscar las llaves.
Estaba seguro que no se iba a arrepentir. Si ella había empezado este cuento lo mínimo es que me ayudara a terminarlo. Con el auto mi plan iba a andar más rápido. Quería actuar luego, si esperaba mucho iba a ser peor para todos. En el Homecenter compré todo lo que necesitaba, cordeles, huincha y un par de cosas más. Por suerte mi viejo tenía una pistola guardada en la casa. La había comprado hace tiempo. Cuando supimos el diagnostico la mamá me la pasó para que la tuviera. Gracias a eso tenía resuelta la parte difícil del plan.
En la tarde partí al mall. Llegué como a las seis. Ni siquiera tuve que esperar. Iba saliendo. Esperé lo suficientemente lejos para que no reconociera el auto. Lo seguí. Esforzado el cabro. Salir de la pega y estudiar vespertino es fuerte. El muy mierda estudiaba en una universidad privada en la punta del cerro. Parece que todo se daba para facilitarme las cosas. Cuando salió su auto era el único que quedaba. No empecé con mi plan en ese momento sólo porque no tenía listo el lugar donde despachar al desgraciado. El otro jueves nos íbamos a ver las caras.

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El resto de la semana no hice mucho. La vida de cesante no es muy activa. Una vuelta por la Inspección del Trabajo, donde quedaron muy interesados en dejarse caer en la tienda ya que ni siquiera me habían entregado mi finiquito, ayudar un poco a mi madre con el viejo y el martes con mi hija. Aparte caminar, siempre afinando mi plan. Íbamos a pasar unos días en San Alfonso, en el Cajón del Maipo. Mis tíos tenían una cabañita, antes de llegar al pueblo. Usé el auto de mi mujer para llevar todo lo necesario a la cabaña, el “viaje a Viña” fue bastante fructífero. En está época del año no había nadie por la zona. Para el verano el hoyo iba a estar bien tapado por vegetación, dicen que los patas negras son buen abono. Un lindo arbolito encima iba a ser su lápida.
El jueves todo salió a pedir de boca. El mierda llegó a la hora y se estacionó al final, lejos de todo. Media hora antes de que saliera me escondí cerca, casi pegado a la puerta del copiloto. Tenía que esperar un poco y todo iba a empezar a solucionarse. Era tan mamón que salió a la hora. Esperé escondido al lado de la puerta. Apenas abrió y se subió me senté a su lado.
- Tenemos un asunto que liquidar tú y yo. Un largo listado de cuentas pendientes, varias comisiones que no me pagastes.
- Yo no te debo nada. –dijo con cara de espanto.
- Creo que sí –dije sacando la pistola- Ahora, prende el auto y vámonos. Muy tranquilito y sin hacer huevadas, mira que si no lo arreglamos aquí mismo.
Estaba blanco. Prendió el auto y partió. Manejaba nervioso, casi a punto de ponerse a llorar.
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Durante el viaje no abrió la boca, una momia. Había comprado unos metros de cadena de acero, con los que le fabriqué unas cadenas para pies y manos. Apenas llegamos se las puse. Lo dejé lloriqueando al lado del auto, sin las llaves y a la vista por si trataba de arrancarse. La cabaña estaba congelada. Por suerte siempre había leña, prendí un buen fuego.
- ¡Ya, déjate de mariconeos!. Todavía no empezamos y mostrando la hilacha.
- Déjame ir, por favor, te juro que no me acerco a la Marcela de nuevo.
- Mira mierda. Te lo voy a decir una sola vez. Los hombres duermen adentro calentitos, los maricones se quedan afuera, amarrados a un árbol. Tú me dices dónde quieres pasar la noche.
- Adentro –dijo sorbeteándose los mocos.
Lo amarré cerca del fuego. Se quedó bien tranquilito, sentado en el suelo, al lado del sillón. Mirando el rincón. como perrito faldero. Comí algo. A mi fiel amigo le había traído un poco de pelets y agua. Se las dejé al lado. Los miró con asco.
- Esperate no más. Mañana vas a chupetear el plato. No será Purina, pero igual se deja comer. No sé tú, pero para mí todos los pelets son iguales. Ahora, a dormir. Ah, tu último regalito. –Le amarré un cencerro de vaca en el cogote - así no se te ocurre moverte. Si metes mucha bulla te despacho. ¿Estamos?. No sé que te habrá contado la Marcela, pero si me molestan mientras duermo me pongo violento.
Hacía mucho tiempo que no dormía tan bien. El aire de la montaña me rejuveneció. Cuando desperté el pobre gil dormía en el suelo, acurrucado. La baba le corría y tiritaba de frío. Casi me dio pena. Prendí la chimenea.
- Buenos días, durmió bien Fifi?
- Tengo frío. Necesito ir al baño.
- Afuera querrás decir. Los animales hacen sus necesidades en los arbolitos. Esperate, te voy a llevar. Déjame soltar la cadena para que puedas gatear.
- Al menos me podrías dar un poco de confort.
- ¿De cuando que los quiltros usan papel?. Que yo sepa el culo se lo lamen, nada más. No te pongas exquisito, mira que los guaus mañosos terminan en la cacerola. Además, no has comido, así que nada de favores. Si uno es blando con un animal se suben por el chorro, y hay que sacrificarlos. ¿Quieres eso?
Lo saqué a hacer sus necesidades. Hacía mucho frío. La cadena era lo suficientemente larga como para no tener que estar encima oliendo la mierda, pero por el escándalo parece que la churretera era fuerte. Se limpió con unas ramitas. Lo llevé a la manguera para que se lavara las manos. Entramos. Volvió a su rincón.
Después de bañarme salí a dar una vuelta, a elegir el lugar donde hacer el hoyo. Había comprado una Araucaria, medía casi metro y medio. Según dijo el hombre del jardín estábamos en buena época para transplantarla. Ideal para dejar un buen recuerdo de mis vacaciones en la cabaña de mis parientes.
Las cosas estaban funcionando demasiado bien. Creí que iba a poner algo de resistencia, a tratar de reaccionar, pero era más pollerudo que poodle. Realmente no entendía qué había visto mi mujer en este gil. Tenía que resolver rápido este asunto, cortarlo luego o me iba a terminar encariñando de mi nueva mascota. A unos cien metros de la casa había un sendero que subía hacia el cerro, alejado del camino. Era el lugar perfecto. Mi cachorro estaba alterado cuando volví. Se movía de lado a lado, todo lo que permitía su cadena.
- ¿Qué te pasa, de nuevo tienes que ir a levantar la patita?.
- No me hagas nada, por favor, te doy lo que quieras. –dijo con ojos de desesperación.
- Creía que eras más hombrecito. No me gustan los que flaquean.
- Por favor, déjame ir. Hago lo que quieras. Dejo a la Marcela, te doy plata, cualquier cosa, lo que sea.
- ¿Lo que sea? ¿No será mucho?
- Lo que sea. En serio.
- Es una oferta interesante. Vamos a discutirla mientras trabajas. Vamos, es mejor que empecemos de una vez, así no terminamos tan tarde.
Estaba completamente entregado, era un trapo. No era necesario tirarlo para que se moviera, bastaba con moverse y empezaba a gatear detrás. Le solté la cadena de los pies para que pudiera trabajar más rápido.
- Bueno, empieza. No demoremos más el trámite.
- Te lo ruego –dijo con ojos llorosos- no me hagas nada.
- No hagas que me enoje. Si te portas bien no te va a doler, te lo prometo.
Empezó a cavar. No es que fuera un experto en el tema, de hecho estaba improvisando, pero mi víctima era un zombi que no reaccionaba con nada, lo había hecho todo fácil. Tal vez tenía talento natural para aterrorizar a la gente. Mientras el hoyo tomaba profundidad empezaron mis dudas. Mi cabeza empezó a traicionarme. No me sentía capaz. Algo tan fácil como apretar el gatillo de la pistola me pesaba. Me senté en una roca cerca y miré para otro lado. No quería verlo, era peor. Si al menos me la hubiera puesto más difícil, mi odio hubiera seguido con la misma intensidad. Mi borrego me estaba conquistando. Cuando ya llevaba como un metro le dije que parara. No se veía nada y me estaba cagando de frío. Primero puso cara de corderito degollado, pero cuando le dije que regresábamos a la cabaña le volvió el alma al cuerpo, estoy seguro de que si le hubiera tirado un palito me lo traía en la boca y moviendo el culo con autentica felicidad perruna.
Al volver lo amarré nuevamente y prendí el fuego. No quise comer. Mis dudas me estaban atormentando. Casi no dormí. Cuando desperté me sentía molido, como si me hubieran apaleado. Salí de la pieza y me preparé un café. Mi mascota dormía plácidamente. Había armado una cama con los cojines del sillón y se abrigó con los chales que mi tía usaba para tapar los muebles. Verlo me revolvía la guata. Tanto tiempo lamiendo culos en la tienda buscando ascender lo habían transformado naturalmente en una bestia sumisa. Lo miraba y me veía a mi mismo, en lo que me había convertido. Empezaba a ver con más claridad, una metamorfosis de lo que nunca había querido ser, un simple peón de juego. Terminar con él iba a liberarme de todo eso. Le dejé un café y un pan con mantequilla al lado de su cama y me fui a duchar. No lo iba a privar de su última cena.
Cuando salí de la pieza había terminado su desayuno. Le faltaba la cola para moverla. Al ver que tomaba de nuevo la pala y la picota la esperanza se le esfumó del rostro y su cara volvió a ser la de antes. De vuelta en la escena del crimen calculé que con medio metro más la fosa tendría la suficiente profundidad para meter al gusano y al arbolito.
La cabeza me seguía dando vueltas, las dudas y el remordimiento continuaban. Como a medio día la fosa estaba terminada. Amarré bien a comenunca y volví a la cabaña a buscar la Araucaria. La pistola en el bolsillo pesaba toneladas, era como si toda la tierra que había sacado del hoyo estuviera en mis bolsillos. Volví. Era mejor terminar todo de una vez.
- ¡Ya huevón!. No le demos más vueltas al asunto. Metete adentro. -La cara se le desfiguró. El hombre desesperado reemplazó al perrito faldero en un segundo. Se tiró a mis pies llorando.
- Por favor, por favor. Hago lo que quieras, pero no me mates. Puedo ser tu perro, tu gato, lo que se te ocurra. –Su cara cambió de golpe- También puedo hacer cosas ricas, si tú quieres.- Se tiró a bajarme el cierre con cara calentona.
- ¡Correte mierda! – Dije pateándolo- Lo único que me falta es que quieras chúparmela. Linda la huevá. Te tiraí a mi mujer, ahora querís mamarmela a mí. ¿Me imagino que mi hija es la siguiente, no? -Se tiró al suelo llorando.
- Perdona, perdona, pero no me mates, por favor, ¡te lo ruego!
Lloraba como magdalena. Era patético verlo. Agarré la pistola y le apunté. No era un hombre, sino que montón de piel enjuagada en lágrimas. El olor a mierda se empezó a sentir en el ambiente. De verlo daba asco. No pude, era demasiado. Me senté en la piedra, al lado del hoyo. Era un pobre becerro y me estaba poniendo a su altura. Si lo mataba simplemente iba a terminar de cagarla. La guinda de la torta de una larga serie de errores iba a ser vivir con la culpa de despachar a un pobre gil más cagado que yo.
Lo llevé de vuelta a la cabaña. Le dije que fuera a bañarse. Preparé un arroz pegoteado, la cocina no era mi fuerte. No hablamos mucho. Sólo le dije que se alejara de mi mujer y que no se fuera de casette con su viaje a la cordillera. El pobre cristiano aún no se convencía del todo. Una vez que se fue aproveché de plantar el árbol. Era el signo de lo que vendría por delante.

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