lunes, 23 de junio de 2008

SENDEROS SIN HUELLA - Carmen María Cruz

.... entonces Teseo tomó el hilo que
Ariadna le ofrecía para que encontrara
el camino de regreso y se internó en el
laberinto para matar al Minotauro.

Mitología Griega


Tendida en la camilla miras el techo, blanco, inmaculadamente limpio, aséptico. Buscas algún punto que rompa esa inmensa blancura de cordillera nevada, alguna pequeña mancha, una raspadura, pero nada de eso está permitido en este lugar. Un joven sonriente jugando a ser médico, te inyecta un líquido lechoso en la vena que te produce un intenso calor al bajar por tus piernas. Sumergen tu cabeza en una máquina de acero que se desliza atrás y adelante, te saca una y otra fotografía, muchas fotos de tu cerebro. Los ojos brillantes de esta estructura metálica te observan, te desmenuzan, cada vena, cada porción de tu mente debe ser examinado, de a pequeños pedacitos, trozo a trozo, que no se escape ni un detalle. Recorren los recovecos de esa masa informe y gelatinosa, llena de nudos, como si fueran cerros por los que deben pasar los pensamientos antes de llegar a la conciencia. ¿Y si tus cerros se agrandaron? Quizás se convirtieron en montañas intrincadas y deberán hacer un túnel que permita el paso de las ideas. Te sientes como una hormiga observada a través de un microscopio. Un insecto atrapado entre los fierros de una ciudadela amurallada. Las técnicas modernas dejaron atrás los cables y los monitores. Las imágenes de rayas zigzagueantes, arriba, abajo, pequeñas curvas, otras un poco más grandes, que ondulan, bailan al compás de tu propia música. Si las rayas son rectas, todas rectas, lisas, derechas, ordenadas marchando una tras la otra, es la muerte. Si ondulan, ¿ondas grandes o pequeñas? ¿Rítmicas o desordenadas?. ¿Cómo serán las ondas de un cerebro enfermo? ¿Se han separado una de otra como si fuera una máquina rota? Cuando se cortan los circuitos eléctricos concatenados entre los muros de una casa, se va la luz. Quizás tus neuronas aisladas, sin conexión, se independizan en una rebelión y todo se oscurece. Tienes miedo, confiésalo, míralo como se apodera poco a poco de ti con su fuerte olor a herrumbe, se vierte por tu sangre, recorre tu cuerpo produciendo chispas a su paso, eriza el pelo de tus brazos, deja tu piel granujienta y helada, es el miedo reconócelo, nadie puede esconderse de él, nadie puede negarlo cuando llega, deberás aprender a vivir en su compañía, a diferenciarlo de tu imaginación que también te juega malas pasadas, que funciona por si sola, ajena a tu cuerpo y a las señales corpóreas que emergen reales, que impregna todo de un aire espeso y contaminado, pero no puedes esconderte de esos ojos penetrantes que indagan en tu vida, revisan tus genes, los buenos y los malos, tus orígenes, y te das cuenta que los ojos de la máquina se mueven en círculos, se dilatan sus pupilas para llegar al fondo de ti, a lo más profundo de las circunvalaciones de tu cerebro, ahí donde se alimenta tu esencia. ¿Qué hago aquí?, te preguntas y la respuesta se evapora entre los circuitos acerados que te observan.

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